El barrio, enclavado en la cumbre de San Vicente, había crecido alrededor de la cantera y el matadero, convirtiéndose, tras su cierre, en un fragmento olvidado de la ciudad. Lo que quedaba del matadero era sobre todo su valor iconográfico, que reflejaba la memoria y la identidad del lugar. De la cantera, que había servido de pasto para el ganado, queda una plataforma abrazada por un escarpe, cuyo tamaño, forma y materialidad confieren un carácter onírico al lugar.
El antiguo matadero se rehabilitó para ser la entrada principal del CAC, que contiene las salas de exposiciones temporales, una pequeña biblioteca y la tienda del museo, directamente relacionada con la calle. Sobre los vestigios de un patio que servía para la ventilación y el drenaje de la sangre de los animales, se construyó la escalera principal del edificio, de forma circular, y el espacio que la rodea es el primer paso del recorrido expositivo. En la planta superior, al final de la nave principal de exposición, un gran ventanal enmarca la vista del cráter, el barrio y la plaza.