Archdaily | Edoardo Souza – Hay acueductos romanos construidos hace más de 2.000 años que todavía están en uso. El Panteón de Roma sigue siendo la cúpula de hormigón no armado más grande del mundo, con un diámetro de 43,3 metros. Al mismo tiempo, no pocas veces, vemos colapsar estructuras con menos de una década. Comprender por qué las estructuras romanas permanecen en pie ha sido objeto de estudio de varios investigadores de todo el mundo. ¿Por qué, incluso en ambientes hostiles como el agua de mar o zonas sísmicas, estas estructuras permanecen intactas? ¿Hay algún material o método milagroso que se haya perdido en la historia? Un grupo internacional de investigadores liderado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) arrojó luz sobre estas preguntas, descubriendo que estas estructuras tenían una capacidad de auto-reparación previamente descuidada, y cómo esto puede tener un gran impacto ambiental para crear estructuras de concreto más duraderas en el futuro futuro
Las conclusiones se obtuvieron mediante el análisis microscópico, utilizando tecnologías de rayos X, de una muestra de hormigón romano en la muralla de la antigua ciudad de Privernum, cerca de Roma. Esto puso de relieve lo que ya sabíamos sobre la composición del hormigón romano: toba volcánica y otros áridos gruesos, unidos entre sí por un mortero a base de cal y puzolana (un material que se encuentra en la ceniza volcánica, llamada así por la ciudad de Pozzuoli, en las cercanías del Vesubio). El análisis también destacó pequeños minerales blancos, llamados “clastos de cal”, que se habían observado anteriormente pero que se atribuyeron a un proceso de mezcla descuidado o a materias primas de baja calidad. Lo que sugiere este nuevo estudio es que son estos bultos blancos inofensivos los que le dan al concreto una capacidad de autocuración no reconocida previamente.